Comentario
El último período cultural de la Edad de la Piedra se ha denominado tradicionalmente Neolítico y representa una de las etapas históricas más interesantes por las transformaciones de toda índole que experimentaron las sociedades de aquellos momentos.
Al intentar dar una definición precisa de esta etapa ya surgen los primeros problemas, desde su propia denominación, puesto que Neolítico -término utilizado por primera vez en la obra de Lubbock en 1865- significa piedra nueva (neos = nuevo; litos = piedra) en clara alusión a las características técnicas de los utensilios de piedra, ahora pulimentados frente a los fabricados mediante la técnica de la talla durante los tiempos paleolíticos.
Sin ser esta apreciación inexacta, sí es incompleta puesto que hoy día sabemos que los cambios operados en el campo socioeconómico fueron más importantes que los acaecidos en el campo tecnológico y presumiblemente causa de ellos. Sabemos también que dichas transformaciones no se produjeron de una manera súbita, sino que todas ellas fueron la culminación de un lento proceso de adaptación durante el cual el hombre fue estableciendo una nueva relación con el medio que le rodeaba; desde esta perspectiva, el término revolución neolítica empleado por Childe debe ser matizado en su sentido de súbita innovación o alteración.
Las nuevas formas de vida se fueron adoptando en distintos lugares a la vez y con matices diferenciadores, dependiendo de las tradiciones culturales preexistentes y desde determinadas zonas preferentes se fueron extendiendo hacia otras áreas marginales. No puede hablarse, pues, de un proceso cultural único sino de una gran variedad de grupos neolíticos diferentes.
Para obtener una visión de conjunto de este proceso cultural, podemos resumir sus características fundamentales en tres apartados distintos:
1) Ambientales: La influencia que el medio ambiente ejerce sobre el hombre fue durante mucho tiempo sobrevalorada y, en el caso del Neolítico, se adujo como causa fundamental de todos los cambios culturales acaecidos.
Es cierto que, tras la retirada de los últimos hielos pleistocénicos, las condiciones climáticas cambiaron al elevarse las temperaturas e influyeron decisivamente en el medio, que lentamente se fue transformando pues la fauna y la flora tuvieron que adaptarse; igual le ocurrió al hombre, que tuvo que buscar nuevas bases de subsistencia cuando le empezaron a fallar sus tradicionales recursos. Pero todo ello había sucedido tiempo atrás, a comienzos del Holoceno, que es cuando se empezaron a desarrollar las primeras comunidades epipaleolíticas, aunque ese lento proceso de adaptación entonces iniciado siguió su curso y acabó desembocando en nuevas formas culturales.
2) Económicas y sociales: Es en este terreno donde se pueden observar los cambios más significativos, ya que las antiguas formas de subsistencia basadas en la caza y la recolección fueron sustituidas de forma progresiva por estrategias productivas basadas en la agricultura y en la cría de animales domésticos.
Ambos procesos debieron ser paralelos y los datos disponibles, procedentes de algunos yacimientos del Próximo Oriente, permiten saber que en el octavo milenio antes de la era fueron los cereales las primeras especies cultivadas: el trigo, en sus primitivas variantes Triticum monococcum, T. dicoccum y T. aestiuium, la cebada y el centeno, seguidos tiempo después por la avena, el mijo y las leguminosas, todos ellos productos de gran valor energético. Estas especies pudieron ser controladas por el hombre porque ya existían en aquellas zonas en estado silvestre y venían siendo objeto de recolección sistemática.
La utilización de animales domésticos, a los que podemos definir como aquellos cuya reproducción está controlada por el hombre, fue la segunda de las actividades económicas que se empezaron a practicar. De la misma manera que ocurrió con las plantas, los primeros animales domésticos se consiguieron a partir de los que ya existían en el entorno en su variante salvaje.
Los datos disponibles apuntan a que fue el perro, procedente del lobo, la primera especie doméstica, aunque todavía existe polémica sobre el momento y el lugar en que apareció. Hallazgos en la cultura epipaleolítica de Maglemose del norte de Europa, en el Natufiense palestino y entre alguno de los grupos epipaleolíticos del SE de los Estados Unidos parecen confirmar la existencia del perro en fechas cercanas al 11.000 a. C., si bien esta especie parece que acompañaba al hombre pero no debía servirle como animal comestible. La oveja y la cabra, difíciles de distinguir entre sí, están documentadas en el IX milenio antes de la era en numerosos yacimientos del Próximo Oriente, seguidas poco tiempo después por la vaca, todos ellos de alto potencial dietético.
En los primeros momentos de su domesticación, todos estos animales fueron aprovechados por sus productos primarios, fundamentalmente la carne, las pieles y la grasa y sólo tras la intensificación de las prácticas ganaderas se comenzaron a utilizar los productos secundarios, como lana, leche, y a usarse como medio de transporte y ayuda en las tareas agrícolas, arrastrando los arados.
Como consecuencia de las variaciones en las bases del sistema económico, se produjeron algunos cambios sociales evidentes, tales como la progresiva sedentarización de las comunidades, aunque en algunos lugares del Viejo Mundo ya venía observándose el agrupamiento en aldeas debido sin duda a la intensificación de la recolección de los vegetales silvestres allí existentes, más de mil años antes de la domesticación de las primeras plantas y animales. La vida en comunidades fijas cada vez mayores hizo que necesariamente cambiasen también las relaciones entre los individuos, surgiendo fórmulas nuevas de organización social, dando lugar al reparto de las tareas cada vez más diversificadas, a relaciones de tipo jerárquico, a la organización de las actividades colectivas, etcétera.
3) Técnicas: A pesar de que los adelantos técnicos no fueron la causa de todos los cambios operados durante el Neolítico sino más bien una consecuencia de los arriba mencionados, es cierto que pueden observarse algunas novedades en el equipo material de aquellas poblaciones.
El invento más significativo es sin duda la cerámica, cuya fabricación consiste en elaborar recipientes de arcilla cocidos en un horno a más de 450° y que fue el elemento que acabó convirtiéndose en el fósil-guía más característico de todas las comunidades neolíticas. Al tratarse de una actividad artesanal, las formas de los recipientes, su decoración y las propias técnicas de fabricación variaban de unos grupos a otros, siendo estas variaciones muy valiosas al arqueólogo ya que le sirven para identificar los diferentes grupos culturales.
La existencia de excedentes alimenticios y la necesidad de conservar mayor número de productos propició la búsqueda de recipientes más sólidos e impermeables que los ya conocidos de cestería utilizados por los pueblos recolectores. En un principio, los hornos para cerámica eran simples hoyos en el suelo cubiertos por piedras y tierra, para alcanzar la temperatura necesaria, pero poco a poco se fueron construyendo más cerrados para poder lograr mejor calidad en las pastas cerámicas.
La fabricación de utensilios de piedra continuó siendo importante y aunque algunos objetos se trabajaban con la tradicional técnica de la talla por presión o percusión fueron los instrumentos pulimentados los que se generalizaron cada vez más, destacando entre todos ellos las típicas hachas y azuelas, presumiblemente empleados en las tareas agrícolas y que durante mucho tiempo sirvieron como identificadores del nuevo período cultural. Las pequeñas hojas dentadas de sílex se enmangaban formando los dientes de una hoz, instrumento decisivo a la hora de la recolección intensiva de plantas. También proliferaron los molinos de piedra y los morteros necesarios para machacar y triturar el grano.
Igualmente siguieron realizándose instrumentos sobre hueso, aunque la mayoría de los viejos modelos se abandonaron y aparecieron otros utensilios en función de las nuevas actividades económicas y domésticas, siendo ejemplos característicos las espátulas y las cucharas.